Pregón de Fiestas por Chema Doménech

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PREGÓN DE FIESTAS JADRAQUE 2023 - Chema Doménech Lamparero

Buenas noches, muchas gracias, alcalde, querido Héctor, gracias a la corporación municipal, gracias a todos, queridos jadraqueños y jadraqueñas.

Cuando hace años decidí dedicarme a contar noticias no imaginaba que un día podría anunciar y pregonar el acontecimiento colectivo más importante del año para todos los que amamos Jadraque: el inicio de las fiestas patronales en honor al Santísimo Cristo de la Cruz Acuestas; de nuestras solemnes, divertidas, locas, en cierto modo indómitas y, para nosotros, únicas y maravillosas fiestas.

 

Me he subido a este escenario en diversas ocasiones. Si obviamos alguna breve incursión de madrugada, ligeramente ‘alegre’ y con la camiseta del Jujaneo en pleno baile, siempre lo hice con una bandurria o una guitarra entre las manos y rodeado de gente muy querida. Subíamos aquí a tocar música con la rondalla Francisco Carmona en aquellas actuaciones que, en días como estos, se celebraban junto al grupo de música folk Xadrac y al de bailes regionales.

Por eso, si miro hacia el centro del escenario, todavía puedo ver al niño que fui junto a esas personas fundamentales en mi vida tocando, cantando y bailando, que son tres verbos ligados de forma indisoluble al concepto de alegría y celebración, que es el que hoy nos une aquí a todos.

Es un lugar muy especial este anfiteatro, desde aquí se divisan muchas cosas. Veo vuestras caras, que reconozco como familiares y amigas desde siempre. A muchos os conocí al otro lado del mostrador de la tienda de mis padres, donde quizás os despaché alguna vez una plancha, un juguete, una lata de sardinas, una caja de parches de bicicleta o 20 metros de cable. Fue una gran escuela de vida aquel mostrador, del que renegué mil veces y al que hoy volvería sin dudarlo.

Intuyo entre los árboles, ahí enfrente, la silueta del Castillo del Cid, símbolo de nuestro pueblo, orgulloso en su cerro observando el transcurrir de las vidas de los jadraqueños desde hace siglos, testigo cómplice de sus alegrías y de sus tristezas, de sus esperanzas y de sus desvelos.

Y, si fuerzo mínimamente la vista y la memoria, también puedo ver diferentes escenas.

En una hay un grupo de niños en la plaza de la iglesia, que todavía es de tierra, a media tarde de un 13 de septiembre. En la calle de San Juan el Ayuntamiento ha instalado una de esas estructuras de hierro de color naranja que evitarán que los toros se escapen en estos días de encierros. Los pequeños se descuelgan por ellos inquietos, esperando que hagan aparición los gigantes y, sobre todo, los cabezudos. En una mezcla de atracción irresistible y de miedo, temen especialmente al ‘Payaso’ y a la ‘Niña’, con fama de ser los que con mayor fuerza golpean con la escoba. Así que cuando se escucha el estallido del cohete y los acordes de la banda iniciando el pasacalles, todos huyen despavoridos calle abajo, a esconderse por los soportales de la plaza del Ayuntamiento.

A unos pocos metros, el bar de Julio está de bote en bote. En la entrada se ha parado Domingo, el Tabardillo, con su carrillo de mano, anunciando que lleva “pipas, chicles, caramelos…”. Al otro lado de la barra José Luis no da abasto para servir cortos y cañas de cerveza y chatos de vino. Por las puertas abiertas del local se escapa el rumor de las risas y del alboroto que anticipa las fiestas y se proyecta hacia afuera, contagiando a los comercios de alrededor. En la esquina del almacén de coloniales y ultramarinos se recorta la figura del siempre cordial Pedro Calvo, ataviado ya con su pañuelo morado al cuello.

Los miembros de la comisión de festejos, distinguidos con un brazalete sobre sus blusones de peñistas, venden a través de los ventanales los abonos a los espectáculos en la plaza de toros, que está a medio construir. Muchos vecinos trabajan durante los fines de semana para levantar ese coso duradero, a la altura de la enorme afición taurina que hay en el pueblo.

Para los jadraqueños esta calle Mayor, en la que ya están preparados los puestos de golosinas y de petardos, las casetas de tiro de los feriantes y el escenario para las orquestas, será el centro del mundo durante los próximos días. Lo avala la pintada irrefutable que luce en el muro del jardín de las monjas: ‘Jadraque, París y Londres’.

En el interior de las casas se cocinan guisos que se degustarán a deshoras, porque en estos días no hay horarios y cada cual acompasa su ritmo al de la fiesta. Se planchan trajes y corbatas y vestidos de mantilla para la misa mayor en honor al patrón. También camisolas de peña, y vestiditos de bebés que serán subidos de punta en blanco a las andas del Santo Cristo, donde Germán les hará una fotografía antes de que Vitorita haga la subasta de maneros megáfono en mano en la puerta de la ermita.

En las calles y en las casas, el pueblo bulle de una alegría que queda grabada a fuego en los primeros recuerdos de las fiestas que atesoramos todos los habitantes de Jadraque. Los míos son algo parecido a las escenas que acabo de narrar porque, tal y como lo escribió García Márquez, la vida no es tanto la que uno vivió sino cómo la recuerda para contarla.

Si buscamos en nuestra memoria, inevitablemente encontraremos recuerdos comunes que nunca vamos a olvidar y que tenemos la fortuna de revivir cada año: el colorido y el jolgorio de las peñas y charangas en el desfile del día 13; la solemnidad de la procesión del 14; la sensación de libertad que experimentamos durante estos cinco días y noches en los que cualquier cosa parece posible.

Pasamos la vida persiguiendo emociones que sentimos alguna vez. A mí me gustaría atrapar y guardar en una cajita la que me provocaba la llegada del camión de los coches de choque; o la de participar en las carreras de bicis y anillas que organizaba Chiquitín en la calle del Manzano; o la de mis primeras fiestas formando parte de una peña. Pero también la que siento ahora al llevar a mis hijas de la mano a montar en esos mismos coches de choque o a bailar con las charangas y descubrir en sus miradas el rastro de aquella ilusión infantil sin estrenar, recién desprecintada. Si, según los poetas, una infancia feliz es la verdadera patria, la mía está aquí, y quiero que la de ellas también lo esté.

Dicen que la vida es movimiento. Sin embargo, las fiestas del Cristo desmienten esta afirmación. Porque en ningún momento del año el pueblo se muestra tan movido como entre el 13 y el 18 de septiembre pero, a la vez, el reloj parece detenerse durante ese intervalo. Hay momentos, ritos, escenas que se repiten año tras año. Afuera el mundo gira, los niños van al colegio, la gente acude a sus trabajos, los telediarios siguen contando noticias que ocurren pero para nosotros todo es ajeno, irreal. ¿Cómo puede ser que esté pasando algo que no sean las fiestas de Jadraque?  

También dicen que vivir consiste en irse de los sitios, pero quien lleva Jadraque dentro nunca se irá de aquí. Hay etapas de la vida en las que marcharse del pueblo es una tentación. Quizás en algún momento te vayas a estudiar fuera, o a trabajar, y descubras que el mundo es más grande que el espacio que delimitan estos montes que nos rodean. Tal vez ocurra que el pueblo se te quede pequeño, y viajes, y te alejes todo lo posible. Pero un día te das cuenta de que no puedes arrancar tus raíces. Que aquí se hunden las tuyas; en las calles donde te escondiste, junto a los amigos con quienes jugaste por primera vez, con la gente que te conoció de niño y que sabe quién eres y de dónde vienes.

Por eso las fiestas son un regreso constante a un lugar feliz, un reencuentro con uno mismo y con los demás. Aunque nos disfracemos de mil cosas disparatadas, que eso se nos da de miedo, ninguna careta puede ocultar nuestra esencia. Quienes fuimos es lo que somos y a veces una simple sonrisa al cruzarnos por la calle es suficiente para entenderlo y reconocernos.

Desde aquí arriba veo otra escena. Ocurre ahí mismo, justo donde estáis sentados. Hay decenas de personas trabajando. Hombres y mujeres cavando con picos y azadas o amasando cemento. Niños plantando estos árboles que hoy nos cobijan en aquellos Días del Árbol que organizaban sus mayores y en los que les inculcaron el amor a la naturaleza y el sentido de convivencia y de comunidad. Así se construyó este parque, así lo construimos entre todos. Y así sigue siendo, porque si un pueblo es el espejo de sus habitantes, en el nuestro se reflejan, sobre todas las cosas, la empatía y la solidaridad. Jadraque es esto, nuestro rincón en el mundo, el lugar que muestra la huella de los que nos precedieron y que acogerá a los que en el futuro vendrán.

Esta noche nos ampara también la memoria de personas que habitaron nuestras vidas y nuestro pueblo haciendo mejores ambos lugares. En mi caso pienso en mi padre, José María, y en mi hermano Álvaro, un ‘disfrutón’ de las fiestas hasta el final, junto a los que toqué música en este anfiteatro y a quienes añoro todos los días. Nadie nos preparó para la ausencia aunque la brisa de las despedidas ronda el mundo desde siempre.

A los que quedamos aquí nos toca ser felices, aun portando esas heridas que sabemos que no van a cerrarse y que forman parte ya de lo que somos. Todos acabamos teniéndolas y en estos días de reencuentro esos huecos vacíos quizás se hagan más evidentes. Os propongo llenarlos con los recuerdos felices y con el agradecimiento por haberlos disfrutado. Porque la alegría nace del corazón, que es el lugar en el que ellos viven y del que nunca se irán.

Decía antes que el primer recuerdo de las fiestas es precisamente eso, la alegría, y quiero reivindicarla. Disfrutad estos días de ella y compartidla. Estas fiestas serán inolvidables otra vez si repartimos abrazos y besos, hacemos saber a quienes queremos que los queremos, nos reímos a carcajadas, tendemos puentes de cercanía con los demás y mostramos lo mejor de nosotros mismos. Estamos juntos aquí, en las casas, en las peñas, en el coche del Tarra, en las calles, y eso es increíble.

Os deseo que seáis muy felices estos días y que esa felicidad se mantenga durante todo el año, hasta que volvamos a reunirnos aquí el próximo.

Queridos vecinos y amigos de Jadraque: gracias por el regalo que me habéis hecho este verano y esta noche, nunca lo voy a olvidar.

Estamos en las vísperas de unos días grandes. Vamos a disfrutarlos como merecemos. Gritad conmigo:

¡Viva el Santísimo Cristo de la Cruz Acuestas!

¡Viva Jadraque!

¡Felices Fiestas a todos!

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